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Que raro, verdad, que una mujer no pueda olerse como la huele el hombre. (...)
Para acercar los labios a los suyos, tocar con la lengua esa ligera llama rosa que titilaba rodeada de sombra, y después, como hago ahora con vos, le iba apartando muy despacio los muslos, la tendia un poco de lado y la respiraba interminablemente, sintiendo cómo su mano, si que yo se lo pidiera, empezaba a desgajarme de mí mismo como la llama empieza a arrancar sus topacios de un papel de diario arrugado. Entonces cesaban los perfumes, maravillosamente cesaban y todo era sabor, mordedura, jugos escenciales que corrían por la boca (...) se dibuja las figuras iniciales y finales, ahí en la caverna viscosa de tus alivios cotidianos esta temblando Aldebarán, saltan los genes y las constelaciones, todos se resume alfa y omega, coquille, cunt, concha, con, coño, milenio. (...).
Que silencio tu piel, que abismos donde ruedan dados de esmeralda, cínifes y fénices y cráteres...
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